Hoy escuché un programa de radio en el que un locutor
afirmaba que “hablar de felicidad era algo trillado”, y luego añadió que “quizá
no se le pone mucha importancia porque el tema es muy infantil y los adultos no
hablamos de cosas de niños”. Quise entender el concepto de lo que esta persona
decía y caí en la cuenta de que quizá no estaba tan equivocada. En primer
lugar, casi todo el mundo habla de la felicidad en mayor o menor grado. Cada
quien tiene su propia definición y su concepción de cómo alcanzarla. Parece que
es un tema muy relativo, porque hay tantas ideas sobre el asunto como seres
humanos existimos en la tierra. Y el hecho de que haya una inmensa cantidad de
puntos de vista lo hace ver muy gastado. Quizá el hablar u opinar mucho sobre
la felicidad nos impide vivirla. Luego, la otra afirmación de que es una
cuestión infantil, en cierto modo me hizo sentido. No es posible maravillarse
con un amanecer o disfrutar un beso, si no se tiene cierto grado de inocencia.
Y claro, es evidente que los que nos llamamos adultos, hemos abandonado ese
tesoro, y por eso es que no tratamos a profundidad el tema del bienestar
integral. Sin embargo, considero que
cada vida es un libro abierto, lleno de
posibilidades. Y que ir avanzando en esta tarea de existir puede ser un viaje
feliz, si decidimos que así sea. La felicidad, más que una idea o un tema de
conversación es un modo de vida, una decisión, una secuencia de instantes y
acciones. La felicidad no es una mera palabrería, es existir. Me he topado con
muchas personas que creen que son alguien más y que no tienen nada qué aportar al
mundo, y también he conocido personas que creen que son superiores a los demás.
En ambos casos, la necesidad de trascender y de estar alegres es evidente. La
forma más complicada de hallar y vivir la felicidad es en los instantes que
suceden a cada rato, en las situaciones que acontecen en lo cotidiano. Ver a tu
hijo balbucear sus primeras palabras, recibir el beso de la persona amada, leer
un mensaje de whatsapp de quien menos esperabas, dar palabras de aliento, ver
el atardecer con ojos de asombro, sentir el agua fluir cuando te bañás, leer un
buen libro, tomar un café, dar o recibir un abrazo, hacer una llamada
telefónica, celebrar un cumpleaños, hacer ejercicio, y tantas otras cosas
sencillas pueden ser momentos sin matiz, o manifestaciones esplendorosas de la
felicidad. Cuando afirmo que alcanzarla es una decisión, tiene qué ver con el
hecho de que las vivencias y los instantes serán siempre los mismos, y que la
percepción que tengamos de ellas nos permite apreciarlas como maravillosas o
simples. ¿Es “trillado” e “infantil” hablar de felicidad? Sí. Pero, es
espléndido vivirla y compartirla. Crear momentos memorables no representa hacer
gastos innecesarios o pensar en ideas fantásticas. Basta con dar nuestro tiempo
y nuestro corazón. Es suficiente con decidir que vale la pena vivir. Hoy, vamos
con todo.
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