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martes, 1 de diciembre de 2015

Día 31: La forma de las nubes. (conservar ojos y alma inocentes)

Cuando tenía 10 años de edad, ya habíamos construido la casa de mis papás. Habíamos pasado de una vivienda de madera y lámina a una hecha de blocks y concreto. El techo (aún hoy) es una terraza, y recuerdo que en aquella época, cuando regresaba del colegio, luego de almorzar y de hacer mis tareas, subía usando una escalera de madera (porque aún no estaban hechas las gradas que hoy existen) y me tumbaba a ver el cielo. La inmensidad del firmamento azul me impresionaba, y me ponía a buscarles forma a las nubes. Algunas noches subía también y observaba las estrellas. Era una actividad  constante. La bóveda celeste siempre me impresionó. Y aún hoy lo sigue haciendo. // La época de lluvia me encantaba porque cuando comenzaba la tormenta, salíamos con mis hermanos a mojarnos y a jugar bajo el aguacero. Mi madre (siempre tan presente y fabulosa) se nos unía muchas veces y disfrutábamos de las empapadas que nos dábamos. Luego del juego entrábamos a la casa, nos bañábamos y mi mamá nos preparaba un atol de maizena. // ¡Las cosas sencillas me maravillaban!// Conforme crecemos, vamos perdiendo esa capacidad de asombro. El corazón comienza a cauterizarse y justificamos esa pérdida de inocencia diciendo que “estamos madurando” o que “tenemos los pies sobre la tierra”, pero la realidad es que perdemos uno de los tesoros más hermosos que un ser humano puede tener: un corazón simple e ingenuo. Yo conocí a alguien a quien yo le decía que lo más hermoso que tenía era su inocencia, y en momentos de enojo me refutaba diciendo que “nadie valora eso”. Y es posible que haya tenido razón, pero para que algo sea valioso no necesita ser aprobado por los demás. Basta que creamos que tiene gran valía para que así sea. Con el tiempo fue cambiando y abandonó esa ingenuidad que le daba un halo maravilloso.// Al afirmar que debemos mantener ese candor de la infancia, tampoco estoy diciendo que debemos ser inmaduros o comportarnos como Oscar Matzerath (el personaje de la Novela “El Tambor de Hojalata” del alemán Gunter Grass), quien se negaba a crecer. No, no me refiero a eso. Me refiero a que deberíamos mantener un corazón que se maravillara con el cielo, con un abrazo, con una llamada. Un alma que encontrara felicidad en las cosas simples, las que no se adquieren con dinero. En este mes que comienza muchos se ponen nostálgicos por la gente que ya no está y por otras razones. También trae lindos recuerdos de la infancia o de fines de año pasados. Es una excelente época para hacer que el niño interior se manifieste. ¿Qué tiene de malo o de extraño mantener una parte inocente en nuestro corazón? Nada. Solo tiene espectaculares posibilidades, porque como escribió la francesa Marguerite Yourcenar “el catador de belleza termina encontrándola en todos lados”. En este inicio de mes y fin de año te desafío a recuperar tu capacidad de asombro, a soñar, a amar como lo hace un niño. A sentir que podés volar y que cada mañana es una espléndida posibilidad. Te invito a no ser tan adulto y ver, en tu vida, lo milagroso y genial que es existir. Hoy, vamos con todo…

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