Cuando tenía 10 años de edad, ya habíamos construido la casa
de mis papás. Habíamos pasado de una vivienda de madera y lámina a una hecha de
blocks y concreto. El techo (aún hoy) es una terraza, y recuerdo que en aquella
época, cuando regresaba del colegio, luego de almorzar y de hacer mis tareas,
subía usando una escalera de madera (porque aún no estaban hechas las gradas
que hoy existen) y me tumbaba a ver el cielo. La inmensidad del firmamento azul
me impresionaba, y me ponía a buscarles forma a las nubes. Algunas noches subía
también y observaba las estrellas. Era una actividad constante. La bóveda celeste siempre me
impresionó. Y aún hoy lo sigue haciendo. // La época de lluvia me encantaba
porque cuando comenzaba la tormenta, salíamos con mis hermanos a mojarnos y a
jugar bajo el aguacero. Mi madre (siempre tan presente y fabulosa) se nos unía
muchas veces y disfrutábamos de las empapadas que nos dábamos. Luego del juego
entrábamos a la casa, nos bañábamos y mi mamá nos preparaba un atol de maizena.
// ¡Las cosas sencillas me maravillaban!// Conforme crecemos, vamos perdiendo
esa capacidad de asombro. El corazón comienza a cauterizarse y justificamos esa
pérdida de inocencia diciendo que “estamos madurando” o que “tenemos los pies
sobre la tierra”, pero la realidad es que perdemos uno de los tesoros más
hermosos que un ser humano puede tener: un corazón simple e ingenuo. Yo conocí
a alguien a quien yo le decía que lo más hermoso que tenía era su inocencia, y
en momentos de enojo me refutaba diciendo que “nadie valora eso”. Y es posible
que haya tenido razón, pero para que algo sea valioso no necesita ser aprobado
por los demás. Basta que creamos que tiene gran valía para que así sea. Con el
tiempo fue cambiando y abandonó esa ingenuidad que le daba un halo maravilloso.//
Al afirmar que debemos mantener ese candor de la infancia, tampoco estoy
diciendo que debemos ser inmaduros o comportarnos como Oscar Matzerath (el
personaje de la Novela “El Tambor de Hojalata” del alemán Gunter Grass), quien
se negaba a crecer. No, no me refiero a eso. Me refiero a que deberíamos
mantener un corazón que se maravillara con el cielo, con un abrazo, con una
llamada. Un alma que encontrara felicidad en las cosas simples, las que no se
adquieren con dinero. En este mes que comienza muchos se ponen nostálgicos por
la gente que ya no está y por otras razones. También trae lindos recuerdos de
la infancia o de fines de año pasados. Es una excelente época para hacer que el
niño interior se manifieste. ¿Qué tiene de malo o de extraño mantener una parte
inocente en nuestro corazón? Nada. Solo tiene espectaculares posibilidades,
porque como escribió la francesa Marguerite Yourcenar “el catador de belleza
termina encontrándola en todos lados”. En este inicio de mes y fin de año te
desafío a recuperar tu capacidad de asombro, a soñar, a amar como lo hace un
niño. A sentir que podés volar y que cada mañana es una espléndida posibilidad.
Te invito a no ser tan adulto y ver, en tu vida, lo milagroso y genial que es
existir. Hoy, vamos con todo…
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