Esta mañana me levanté más tarde de lo normal porque tenía
que realizar una diligencia cerca de mi casa, por lo tanto no tenía qué
madrugar como suelo hacerlo. Mientras los rayos del sol matutino entraban por
la persiana de mi ventana, comencé a hacer un recuento de este año. (Es
imposible escapar a la tentación de hacerlo). Pensé mucho en mi equipo trabajo.
Mis más cercanos colaboradores. Reflexioné que en estos días he sido muy
exigente y duro con ellos. Incluso tenía la percepción de que algunos de ellos estaban a la defensiva. Me propuse llegar a la oficina e ir llamándolos a
cada uno para inquirirlos sobre lo que les estaba molestando y para aclarar las
cosas. He aprendido que para que nuestro departamento de Recursos Humanos
avance, todos debemos poner de nuestra parte y la comunicación no debe
perderse. En este momento estamos en un proyecto que tiene fecha límite el 12
de enero. Al llegar a la oficina, respondí algunos correos electrónicos y luego
llamé al colaborador que más alejado había sentido (y a quien, además, había
llamado la atención por haber llegado en jeans y no con el uniforme). Le
pregunté si estaba molesto o si había algo que lo incomodara y su respuesta
fue: necesito que hablemos abiertamente, pero también es indispensable que el
resto de mis compañeros líderes de Recursos Humanos estén presentes. Lo dijo de
una manera tan seria que me preocupó. Sin embargo, me gusta escuchar a mi
equipo y accedí a su petición. Llamamos a los otros 6 miembros del equipo y uno
a uno fueron entrando de manera muy poco usual (circunspectos). Entonces
Amilcar, el que había pedido que estuviéramos todos presentes comienza a
hablar, más o menos en los siguientes términos: “sabemos que a vos te toca
soportarnos y soportar a muchos en esta empresa y no hay quién te motive, por
lo que queremos darte un presente”, y sacó una bolsa de papel de un restaurante
de comida rápida. Lo recibí (un poco contrariado dado que había acabado de
desayunar). En ese momento, recibí una llamada que me molestó por varias
razones pero al colgar, recibí la bolsa y al abrirla no había comida sino otra
bolsa, esta vez una muy bonita con una moña de listón de tela. La marca en
letras doradas de una joyería reconocida resaltaba en esta segunda bolsa. Abrí
la moña, y dentro había un regalo delicadamente empacado en papel plateado y
moña azul. Lo destapé y cuando lo abrí, había dentro una pluma y un portaminas
de una marca que particularmente me gusta. Me sentí muy conmovido. Luego, otro
de los miembros de mi equipo, con quien también he sido muy duro, tomó la
palabra y dijo algo así “de todos los jefes que he tenido he aprendido algo,
pero sin temor a equivocarme puedo decir que de vos he aprendido más y no solo
para el trabajo sino para la vida”. El resto de mi equipo tenía una sonrisa
desbordante. Comencé a agradecer, y no pude evitar que la voz se entrecortara.
Con un gesto tan inesperado, de una manera tan diferente. Me hicieron sentir
muy bien. Estoy seguro de algo. Un detalle como ese se agradece y queda marcado
en las entrañas para siempre. Yo creía que había influido en ellos, pero con
ese gesto, influyeron inevitablemente en mí. Ayer dije que era mi penúltima
entrada, pero necesitaba contar esta maravillosa historia, antes de escribir el
último post de este año. Hoy me hicieron sentir genial. El equipo del que me
enorgullezco me conmovió. No solo me siento respaldado por ellos. Ahora me
siento querido. De eso se trata la vida. De esos momentos que te marcan. Con
más razón digo: hoy, vamos con todo!!!
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