Hace pocos días ví en Facebook un
post en la que se citaba al profesor y teólogo estadounidense de origen
holandés Lewis Smedes quien afirmó que “El perdonar es liberar un prisionero y
descubrir que el prisionero eras vos”. Esas palabras me han dado vueltas en la cabeza
durante varios días y hoy particularmente fue muy atinado que las tuviera
presentes. Tuve un problema muy complicado en el trabajo con un compañero. El
asunto va a resultar en que tendré qué pagar casi mil dólares por un mal
procedimiento en el que no levanté la mano a tiempo y del que él no quiso
hacerse cargo y ahora me lo imputa. Una vez que sucedió todo me enojé mucho. Mi
naturaleza humana hizo que pensara en varias formas de cobrármelas, pero recapacité.
No soy así. En los últimos días he estado leyendo el libro de Proverbios de la
Biblia, y justamente hoy en la mañana leí el capítulo 20 y el verso 22 que
literalmente dice “nunca digas: <¡Me vengaré de ese daño!> Confía en el
Señor, y Él actuará por ti”. Esa es parte de mi fe, y ya en varias ocasiones he
mencionado que una vida sin una fe que sustente es difícil de llevar. El
rencor, la ira y las ganas de venganza te hacen prisionero de una amargura que
solo termina por afectarte emocional y físicamente. Cuando en tu corazón de
verdad perdonás entonces te liberás de la amargura y como dijo Smedes, te das
cuenta de la cárcel sin paredes en la que estabas. Además, esperar la actuación de Dios no
significa estar esperanzado en que le irá mal a quien te hizo daño, sino más
bien saber que Él permitirá que salgás bien de los malos momentos y hará que tu
presente y tu futuro sean mejores. Cuando logramos convencernos de que por muy
duro que sea el golpe que nos den, hay más beneficio en perdonar y no guardar
rencor, que en deprimirse y buscar venganza, damos pasos firmes y largos hacia
la plenitud. Hay quienes dicen que perdonan pero no olvidan, pero eso no es
perdonar de verdad. Las heridas cicatrizan. El desafío de hoy es buscar esas
raíces de tristeza, enojo y amargura que hacen que tus días no sean
extraordinarios y decidir perdonar, aunque quien te haya herido ya no esté
presente o vivo. El primer paso tenés que darlo vos. Y ese será un salto a la
felicidad.
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