Soy consciente de que la palabra “siempre” dentro del título
de esta entrada puede parecer muy complicada. Sobre todo porque en el diario
vivir existen mil y una razones para molestarse, sentirse herido u ofendido.
Desde el tráfico que causa cansancio, hasta los malos gestos de la pareja,
pasando por problemas de trabajo o estudios y el enfrentamiento con la
violencia generalizada en la ciudad de Guatemala. Sin embargo, es ahí donde
está exactamente la razón de ser de este secreto. Hay que tratar de buscar
motivos de alegría, aunque lo normal sea todo lo contrario. Eso requiere un
esfuerzo. Sí. Pero la energía que se usa para buscar buenos momentos
generalmente se multiplica como progresión geométrica. La última vez que
escribí hice un recuento de la manera en que las personas de mi generación
encontramos nimiedades que nos permitían ser felices. Incluso hace un par de
días, me acordé de algo que hacía cuando era niño y que para mí representaba un
placer: tirarme en el suelo o sobre la terraza y ver el cielo azul, hallarles
formas a las nubes y pensar que más allá había un universo enorme. Pasaba largo
tiempo en eso. La carencia de juguetes y la lectura que mi tía inculcó en mí, desarrollaron
mi imaginación. Al final de cuentas, la raíz de este secreto consiste en no
dejar morir la parte de niños que tenemos dentro y encontrar motivos sencillos para
sonreír. Tomarte un café como te gusta, oler una flor, sentir el rocío de la
mañana, escuchar la voz de tu pareja, ver caminar o hablar por primera vez a
tus hijos, tomarte una selfie, hablar con tus padres, leer, encontrar un lugar
para comer bien y barato, ver tu computador trabajar rápido, o cualquier otra
situación sencilla, cotidiana te permiten encontrar momentos para estar alegre.
Lo importante no es el entorno, sino tu perspectiva de la vida.
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