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martes, 1 de noviembre de 2016

Día 44: La insoportable levedad del ser...

A mediados de los años ochenta, el escritor checo Milán Kundera publicó en Francia la novela de la que tomo prestado el título de este post. En aquella obra, se retratan sendas reflexiones sobre la vida sentimental y la trascendencia, todo eso enmarcado en la cotidianidad. En estos meses de silencio en los que no publiqué nada en el blog, me he dedicado a vivir momentos y a disfrutarlos, porque he llegado a comprender la necesidad de deleitarme con las maravillosas nimiedades que la vida normal puede ofrecer. Desde amaneceres bucólicos vistos a través de la ventana de mi habitación, hasta los besos de despedida cada noche que voy a Mixco. Siempre he afirmado que me gusta vivir y que espero que Dios me conceda extraer la médula de mi existencia hasta la última gota. Sin embargo, anoche me sucedió algo que nunca me había pasado en los 42 años que llevo sobre esta tierra: tuve deseos de morir. Estaba sufriendo un dolor abdominal que no se lo anhelo a nadie. Fui a parar al hospital, y mientras me hacían exámenes de sangre y me canalizaban para colocar suero y medicamento intravenoso, ese dolor se volvió francamente insoportable. Me hizo recordar los espeluznantes relatos que en “David y Goliat” Malcoln Gladwell detalla en el capítulo sobre los experimentos para tratar a los niños con cáncer en los Estados Unidos allá por los años cincuenta. Yo mismo me sorprendí de cómo en un instante de total desesperación quise que simplemente todo acabara. Que el telón cayera definitivamente. En la sala de espera, mi hermano (ese amigo y compañero de siempre) hacía guardia esperando los resultados. Luego de casi 3 horas agónicas, el dolor fue cediendo lentamente. Me costó conciliar el sueño y no he salido de casa. Cada año, en esta fecha, tenemos la costumbre de almorzar fiambre en casa de mis padres. Todos los miembros de mi familia fueron, menos yo. Aún me siento indispuesto. Pero este día me ha ayudado a reflexionar sobre aquellos puntos que Kundera aborda en su novela. Me he sorprendido de cómo personas que muy pocas veces me hablan se han preocupado y hasta me han visitado. Eso reconforta. Ayer tuve deseos de morir. Es quizá de las pocas cosas que he de arrepentirme. Hoy, a pesar de estar con los ánimos decaídos, retomo uno de mis arcanos “me gusta vivir”. Ayer experimenté la insoportable levedad del ser. Hoy reflexiono que a pesar de esa levedad, o más bien, gracias a ella, la noble tarea de existir es un milagro que se debe disfrutar. 

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