El 9 de abril de 2012 escribí en
mi blog “La fe, sea cual fuere, es necesaria para vivir”. En aquel
momento comencé una serie de 3 entradas tituladas “Tener una fe que sustente”,
como parte de los 11 pasos que considero indispensables para alcanzar la
plenitud. Hoy, 13 de noviembre de 2016, más de 4 años después, me levanté muy
temprano. Sentía una urgente necesidad de ir a la iglesia. El fin de semana
pasado no había podido ir por estar hospitalizado. Cada fin de semana, desde el
año 2003 he ido rigurosamente a la misma iglesia. Cuando he estado fuera del
país, he ido a alguna congregación en la ciudad donde me encuentre, y estando
acá en Guatemala, solo recuerdo dos veces en las que no he ido: la primera fue
en 2010, cuando sufrí una gripa que me tuvo en cama una semana, y solo pude
presenciar el servicio desde internet, y la segunda que fue la semana pasada
que estaba en el hospital. Cuando llegué, yo sabía que estaba en el mismo lugar
al que he ido durante los últimos 13 años, pero estaba extremadamente contento.
Sentí como si fuera la primera vez que iba. No pude evitar llorar de la
alegría. Pude derramar tantas lágrimas contenidas en mis entrañas. Eran de
agradecimiento por la vida, por tener el privilegio de ser un hombre con
esperanza. Soy consciente de que hay muchas personas que profesan una fe
diferente de la mía. Y eso es respetable. Lo importante es tener una fe,
ejercerla y aferrarse a ella. En aquella entrada de 2012 a la que hice
referencia al inicio, mencioné que la escritora estadounidense Gretchen Rubin
afirma que existen sendos estudios llevados a cabo por universidades
estadounidenses en los que se comprueba que las personas que tienen creencias y
ejercen su espiritualidad tienden a ser más felices y a vivir más. El pasado
sábado, cuando estaba a punto de entrar a la sala de operaciones, me quedé un
momento solo, cerré los ojos y dirigí una oración a Dios. Me puse a cuentas con
Él y sentí tranquilidad porque sabía que si era tiempo de partir, volvería a
casa. Hoy sigo siendo consciente de que, como escribió Teresa Parodí, “es
hermoso vivir con esperanza”, porque “el amor puede más que lo pasa”. Estoy convencido de que los seres humanos necesitamos desarrollar nuestro lado espiritual. Sin esa parte, estamos incompletos. Hoy, me declaro como un hombre de fe. No digo que eso es la solución a mis problemas y que la vida será sencilla. Lo que sí he comprobado es que gracias a mi fe en Dios los momentos más difíciles han sido llevaderos, y los más felices han sido aún más hermosos. Yo soy Marlon Vega, tengo 42 años de edad, vivo en la ciudad de Guatemala, y declaro que soy un hombre con esperanza.
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