Hace algunos años y
casi por accidente, ví la película “Buscando
a Eva” (cuyo título original en inglés fue “Blast from the past”). Debo
confesar que es uno de los filmes en los que más me he reído, gracias al
personaje del “Bishop”. En algún otro momento ahondaré en la enseñanza
maravillosa que se encierra en esa comedia romántica. Sin embargo, hay una
escena que probablemente es la que más recuerdo: Adam, el personaje principal,
le dice a Eve su propia definición de un “caballero”. Y lo hace más o menos en
los siguientes términos: es aquel hombre que hace todo lo posible para que las
personas que están a su alrededor se sientan cómodas. Desde que escuché eso fue
casi como tener una epifanía para mí. Me llegó tan hondo porque la meta de todo
ser humano debería ser esa. Y convendría que fuera aplicable tanto a hombres
como a mujeres. En 2012, leí que el escritor francés Charles Péguy dijo que “el
secreto de un hombre interesante es que él mismo se interesa por todos”. Lo que
a su vez me hizo recordar que John C. Maxwell menciona en las 21 Leyes
Irrefutables del Liderazgo que el político inglés Benjamín Disraelí no era
exactamente un estadista pero que el secreto de su éxito residía en cómo hacía
sentir a quienes entraban en contacto con él. Maxwell cuenta el testimonio de
una mujer que decía que antes de conocer a Disraelí creía que él era una persona
extraordinaria y que después de conocerlo, él la convenció de que ella era la
extraordinaria. En el libro David y Goliat, Malcolm Gladwell cuenta cómo el
coach de un equipo de Básquetbol logra un sorprendente éxito con sus jugadoras
guiándose por un simple principio: nunca alzar la voz y apelar a la razón y el
sentido común de ellas. Todos los
autores me hacen concluir que las personas que buscamos trascender y hacer la
diferencia, deberíamos estar conscientes de que el secreto del éxito no está en
lograr que nos admiren, sino en aportarles valor a quienes nos rodean. Es creer
en ellos, aunque ellos mismos no crean en sí mismos. Es dar comprensión, apoyo
y hasta el “súper” cuando sea necesario. Es hacer sentir importante a la gente,
porque por el hecho de existir lo son. Ayer tuve la suerte de servir a mi país
en una mesa de votaciones, y la gran mayoría de los electores que estaban
asignados a nosotros eran personas de avanzada edad, un nivel socioeconómico bajo
y muchos de ellos ni siquiera sabían leer y escribir. Hubo algunos que llegaron
con semblantes muy duros y hasta parecían enojados. Pero los que conformamos la
junta electoral acordamos atender extraordinariamente a las quienes estaban
tomándose el tiempo de ejercer el sufragio. Los recibíamos alegremente y con un saludo cordial. Los llamamos por su
nombre anteponiendo la palabra “don” o “doña”,
según fuera el caso. Increíblemente, todos, incluidos los más serios, se
marchaban con una sonrisa en el rostro. Quizá son individuos que por su
condición social no están acostumbrados a que los traten amablemente. Y estoy
seguro, de que se sintieron bien, y eso a su vez, hizo que nuestra jornada
larga fuera verdaderamente emocionante. Nosotros solo les dimos lo que
merecían: un trato respetuoso, y a cambio, ellos nos regalaron lo mejor que un
ser humano le puede dar a otro: su sonrisa. Creo que deberíamos retarnos a ser “caballeros”
(o “damas”), según la definición de Adam. Porque tal como dijo la escritora
estadounidense Maya Angelou “la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que
hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”. ¿Aceptás el desafío?.
Hoy, vamos con todo…
Excelente artículo y definitivamente en total acuerdo, el aportar valor a quienes nos rodean debe ser uno de nuestros objetivos en la vida, el trascender es solo una consecuencia de todos estos actos. Reto aceptado y no solo para hoy, sino diariamente.
ResponderEliminar