Emprendiendo

Law, People & Happiness

domingo, 13 de noviembre de 2016

Día 46. Soy un hombre con esperanza.

El 9 de abril de 2012 escribí en mi blog “La fe, sea cual fuere, es necesaria para vivir”. En aquel momento comencé una serie de 3 entradas tituladas “Tener una fe que sustente”, como parte de los 11 pasos que considero indispensables para alcanzar la plenitud. Hoy, 13 de noviembre de 2016, más de 4 años después, me levanté muy temprano. Sentía una urgente necesidad de ir a la iglesia. El fin de semana pasado no había podido ir por estar hospitalizado. Cada fin de semana, desde el año 2003 he ido rigurosamente a la misma iglesia. Cuando he estado fuera del país, he ido a alguna congregación en la ciudad donde me encuentre, y estando acá en Guatemala, solo recuerdo dos veces en las que no he ido: la primera fue en 2010, cuando sufrí una gripa que me tuvo en cama una semana, y solo pude presenciar el servicio desde internet, y la segunda que fue la semana pasada que estaba en el hospital. Cuando llegué, yo sabía que estaba en el mismo lugar al que he ido durante los últimos 13 años, pero estaba extremadamente contento. Sentí como si fuera la primera vez que iba. No pude evitar llorar de la alegría. Pude derramar tantas lágrimas contenidas en mis entrañas. Eran de agradecimiento por la vida, por tener el privilegio de ser un hombre con esperanza. Soy consciente de que hay muchas personas que profesan una fe diferente de la mía. Y eso es respetable. Lo importante es tener una fe, ejercerla y aferrarse a ella. En aquella entrada de 2012 a la que hice referencia al inicio, mencioné que la escritora estadounidense Gretchen Rubin afirma que existen sendos estudios llevados a cabo por universidades estadounidenses en los que se comprueba que las personas que tienen creencias y ejercen su espiritualidad tienden a ser más felices y a vivir más. El pasado sábado, cuando estaba a punto de entrar a la sala de operaciones, me quedé un momento solo, cerré los ojos y dirigí una oración a Dios. Me puse a cuentas con Él y sentí tranquilidad porque sabía que si era tiempo de partir, volvería a casa. Hoy sigo siendo consciente de que, como escribió Teresa Parodí, “es hermoso vivir con esperanza”, porque “el amor puede más que lo pasa”. Estoy convencido de que los seres humanos necesitamos desarrollar nuestro lado espiritual. Sin esa parte, estamos incompletos. Hoy, me declaro como un hombre de fe. No digo que eso es la solución a mis problemas y que la vida será sencilla. Lo que sí he comprobado es que gracias a mi fe en Dios los momentos más difíciles han sido llevaderos, y los más felices han sido aún más hermosos. Yo soy Marlon Vega, tengo 42 años de edad, vivo en la ciudad de Guatemala, y declaro que soy un hombre con esperanza. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Día 45: Reflexiones sobre la soledad (catarsis de un convaleciente)

Los acontecimientos de la vida no se pueden cambiar, la actitud con la que se asumen sí. Esta semana me toca quedar convaleciente en casa, luego de una operación de emergencia que me efectuaron el pasado sábado. Siempre creí que uno recibe lo que da. Y aunque he dicho que no espero nada a cambio, en el fondo tuve la esperanza de tener algo similar a lo que he dado. El año pasado, cuando tuve que superar una ruptura sentimental, muchos de mis amigos me dijeron que debía tener cuidado con lo que escribía y no exponerme tanto. Sin embargo, si no me muestro tal como soy, creo que la esencia de este blog se vería comprometida, porque la humanidad (con sus brillos y oscuridades) es la razón de ser de lo que escribo. Dicen que en los tiempos difíciles se conoce realmente a los incondicionales. En estos días me ha tocado eso. El sábado estuve cuatro agónicas horas en el Seguro Social esperando que me atendieran, y luego de varias dosis de suero un médico me dice que mi dolor es normal y que no hay nada de qué preocuparse. (¿Cómo es posible que un médico le diga a uno que un dolor es "normal"?). Ese mismo día fui donde el gastroenterólogo de toda la vida, y en 10 minutos me practicó un ultrasonido y exámenes de sangre, para darme la siguiente indicación: “hoy debe operarse de la vesícula”. Al estar muy apretado de dinero, me preocupé, analicé  por un instante, y sin mayor asunto llamé a mi amigo Luis. A la hora, él estaba conmigo y mi hermano, me había ayudado a conseguir cirujano, centro hospitalario privado y se había hecho cargo de la cuenta (por supuesto que debo ser correcto y saldar ese favor incondicional). La disponibilidad de Luis me impactó. En el hospital, previo a la cirugía, llegaron mi madre y mis hermanas, me dieron ánimos, y a las 13:30 horas entré a sala de operaciones. A las 7 de la noche, desperté de la anestesia. La primera visión que tengo es la de mi familia alrededor de la cama en la habitación en la que me quedé internado. Han pasado ya 3 días desde que estoy en casa. Nadie me ha visitado. En cierto modo uno cosecha lo que siembra. No voy a negar que se siente feo que no se acerquen aquellas personas que creías que les importabas (fuera de los incondicionales, claro es porque mi familia ha estado pendiente y mi madre y mi cuñada han estado más que a la altura). Ha habido llamadas, chats, mensajes de texto, etc. No es lo mismo. Hoy, me vi al espejo y observé a un hombre de 42 años con anhelos de niño de 5. Queriendo importarles a quienes tienen vida y problemas también. He derramado algunas lágrimas (no lo niego). Debo Madurar. Me voy recuperando. Quizá cuando ya esté mejor deba corregir mucho de mi forma de actuar y ser más atento. Quizá si alguna vez necesito que me hagan sentir que soy importante para alguien más que mis incondicionales, es probable que tenga suerte y en esa ocasión sí me visiten. Por lo pronto, a respirar y seguir adelante. Los sueños son solo eso, sueños. La vida, dijo Buda, no es un problema que deba resolverse, es una realidad que debe experimentarse.

Pdta. Mi siguiente entrada ya no será tan gris, lo prometo. Necesitaba una catarsis. 

martes, 1 de noviembre de 2016

Día 44: La insoportable levedad del ser...

A mediados de los años ochenta, el escritor checo Milán Kundera publicó en Francia la novela de la que tomo prestado el título de este post. En aquella obra, se retratan sendas reflexiones sobre la vida sentimental y la trascendencia, todo eso enmarcado en la cotidianidad. En estos meses de silencio en los que no publiqué nada en el blog, me he dedicado a vivir momentos y a disfrutarlos, porque he llegado a comprender la necesidad de deleitarme con las maravillosas nimiedades que la vida normal puede ofrecer. Desde amaneceres bucólicos vistos a través de la ventana de mi habitación, hasta los besos de despedida cada noche que voy a Mixco. Siempre he afirmado que me gusta vivir y que espero que Dios me conceda extraer la médula de mi existencia hasta la última gota. Sin embargo, anoche me sucedió algo que nunca me había pasado en los 42 años que llevo sobre esta tierra: tuve deseos de morir. Estaba sufriendo un dolor abdominal que no se lo anhelo a nadie. Fui a parar al hospital, y mientras me hacían exámenes de sangre y me canalizaban para colocar suero y medicamento intravenoso, ese dolor se volvió francamente insoportable. Me hizo recordar los espeluznantes relatos que en “David y Goliat” Malcoln Gladwell detalla en el capítulo sobre los experimentos para tratar a los niños con cáncer en los Estados Unidos allá por los años cincuenta. Yo mismo me sorprendí de cómo en un instante de total desesperación quise que simplemente todo acabara. Que el telón cayera definitivamente. En la sala de espera, mi hermano (ese amigo y compañero de siempre) hacía guardia esperando los resultados. Luego de casi 3 horas agónicas, el dolor fue cediendo lentamente. Me costó conciliar el sueño y no he salido de casa. Cada año, en esta fecha, tenemos la costumbre de almorzar fiambre en casa de mis padres. Todos los miembros de mi familia fueron, menos yo. Aún me siento indispuesto. Pero este día me ha ayudado a reflexionar sobre aquellos puntos que Kundera aborda en su novela. Me he sorprendido de cómo personas que muy pocas veces me hablan se han preocupado y hasta me han visitado. Eso reconforta. Ayer tuve deseos de morir. Es quizá de las pocas cosas que he de arrepentirme. Hoy, a pesar de estar con los ánimos decaídos, retomo uno de mis arcanos “me gusta vivir”. Ayer experimenté la insoportable levedad del ser. Hoy reflexiono que a pesar de esa levedad, o más bien, gracias a ella, la noble tarea de existir es un milagro que se debe disfrutar.